Sábado, 25 de julio de 2015
A MENOS
¡Catalunya lliure
Como si hubiesen escuchado
de pronto el apocalíptico toque de corneta que anunciara la inminente invasión
de los bárbaros, los tertulianos, los portavoces, los periodistas, los bustos
parlantes y hasta los desocupados marujos/as que tanto abundan en este país,
han caído en la cuenta de que los proyectos independentistas catalanes
significan una amenaza a no-se-sabe-qué, y han desplegado todos sus gestos, sus
anatemas, sus santas indignaciones y hasta sus amenazas contra quienes han
osado alterar su verano con semejantes utopías.
Si no fuese porque estamos
tan acostumbrados a la mediocridad periodística y política de este país, las
andanadas de descalificaciones e insultos que se vierten contra el proyecto
soberanista catalán y sus defensores, podrían inquietarnos seriamente. Pero
habituados a la imparable verborrea de quienes todavía se creen generadores de
opinión y adalides del pueblo, escuchamos sus admoniciones no mucho más
indolentes que aburridos.
El proyecto soberanista
catalán, planteado por fuerzas políticas y sociales de Cataluña desde hace
lustros y, particularmente estructurado en propuestas concretas hace tres años,
ha tenido este verano la virtud de destapar bruscamente las más palurdas
esencias patrioteras del centralismo español. Abanderado por políticos, tanto
gobernantes como opositores, cuyas actitudes ante la cuestión catalana causan
tanto espanto como aflicción, vergüenza ajena y ganas de vomitar, la respuesta
a los planteamientos políticos, de impecable corrección, de quienes gestionan el
proceso independentista, no ha sido sino el vocerío y la burda descalificación,
cuando no el insulto, la amenaza o, como algunas declaraciones de ministros y
ministrillos, la mezquindad, la bajeza moral y la chabacanería.
Los intentos de aglutinar
un rancio nacionalismo españolista frente a las legítimas aspiraciones del
pueblo catalán, recuerdan demasiado los argumentos, los discursos y las
decisiones que se sucedieron en este país en los años treinta del pasado siglo
y que, entre otras cosas, nos sumieron en el más oscuro túnel de la indignidad
franquista. Hoy, aunque bisoños todavía en materia de democracia y
reconocimiento de derechos, pero integrados en una comunidad internacional muy
lejana de aquellos devaneos caudillistas del siglo XX y, supuestamente, lo
suficientemente informados para comprender, analizar, respetar y debatir en sus
justos términos cualquier propuesta o aspiración democrática de los individuos
y los pueblos, la inquietante unanimidad que muestran los grandes medios de
comunicación españoles contra las aspiraciones de Cataluña y la falta de
respeto por quienes la defienden, no casualmente coincidente con la estrecha
mirada y la cortedad viejuna y anquilosada de los grandes partidos políticos en
el tema de las nacionalidades, la independencia y los derechos colectivos, nos
muestran, todavía, demasiados flecos imperiales, revelan escasos hábitos
democráticos y nos anuncian que nos queda mucho que aprender.